sábado, 7 de diciembre de 2013



Nelson Mandela




Cuando Nelson Mandela salió de la cárcel en febrero de 1990 su país era una sociedad dividida en 11 naciones y tres grandes etnias legalmente reconocidas. Cada una de ellas tenía diferentes derechos para moverse, trabajar, comprar o invertir en el territorio de Sudáfrica.

Diez de esos países eran bantutantes negros, racialmente homogéneos, donde supuestamente los africanos disfrutaban de iguales derechos y libertades. El undécimo era el que se había formado con los descendientes de los europeos blancos y otros grupos siempre diferenciados según su carácter étnico.

La historia de los bantustantes, desde su origen legal en 1959, fue diverso. Pero básicamente se trató de un enjuague constitucional orquestado por la minoría blanca sudafricana para crear diversas realidades jurídicas sobre las que inicialmente eran pequeñas diferencias tribales y administrativas. Con el paso del tiempo, el sistema llegó a ser tan eficaz como mecanismo de control que tras privar a los habitantes de los bantustantes de la nacionalidad sudafricana en 1970, la minoría blanca se transformó por arte de birlibirloque en una mayoría electoral.

Mandela no era un liberal. Al contrario, su partido, el Congreso Nacional Africano (CNA), era una formación nacionalista con tintes marxistas que acabó usándolo como método de análisis, de la misma manera que hicieron otros partidos socialdemócratas en los años 70 y 80 del siglo pasado. De hecho, el CNA formaba parte de la Internacional Socialista y suscribía las ideas económicas del colectivismo y el intervencionismo estatal.


Hoy, desgraciadamente, el legado de libertades de Mandela se ha pervertido. Sudáfrica tiene un paro récord y una corrupción rampante. Y cientos de miles de sudafricanos de origen europeo se han marchado del país, poniendo en cuestión que su sueño multirracial sea posible.

1 comentario:

  1. Valla economista estas hecha, espero que me des un trabajo en tu empresa.

    ResponderEliminar